«Los contextos de las palabras van almacenando la historia de todas las épocas, y sus significados impregnan nuestro pensamiento y se interiorizan. Y así las palabras consiguen perpetuarse, sumando lentamente las connotaciones de cuantas culturas las hayan utilizado» (Alex Grijelmo: La seducción de las palabras)

«Las sociedades humanas, como los linajes animales y vegetales, tienen su historia;
su pasado pesa sobre su presente y condiciona su futuro» (Pierre P. Grassé: El hombre, ese dios en miniatura)

31 mar 2011

Los orígenes históricos del Dinero: (IV): Los Becerros de Oro



«Aconteció que cuando llegó al campamento y vio el becerro y las danzas, la ira de Moisés se encendió, y arrojó las tablas de sus manos y las rompió al pie del monte. Y tomó el becerro que habían hecho y lo quemó en el fuego. Luego lo molió hasta reducirlo a polvo, lo esparció sobre el agua, y lo hizo beber a los hijos de Israel» (Antiguo Testamento: Éxodo, 32-19)


Llevamos tres capítulos mareando la perdiz acerca del origen del dinero sin que hasta el momento haya aparecido entre estas líneas mención alguna al dichoso parné ni por equivocación, que decía mi padre. El motivo es que la creación del dinero, fruto tardío del árbol del comercio, resultó ser una auténtica aventura para la Humanidad. Casi una experiencia religiosa, que diría el pijirockero, próxima al shock si no fuera porque hubieron de mediar ¡dos milenios! desde el inicio hasta el final de su gestación. Pero claro, cómo no iban a existir dificultades de comprensión e integración del entonces extraño elemento, si todavía en 1892 Carl Menger, en Sobre el origen del dinero, se preguntaba:

« ¿Cuál es la naturaleza de esos pequeños discos o documentos, los cuáles en sí mismos no sirven para nada y que sin embargo, en contradicción con toda nuestra experiencia, pasan de mano en mano a cambio de las más útiles de las mercancías, y más, por las cuáles cualquiera se inclina con diligencia rindiendo sus bienes? ¿Es la moneda un miembro orgánico en el mundo de las mercancías o constituye una anomalía económica? ¿Tenemos que referir el valor de esta moneda de uso comercial a las mismas causas que condicionan el resto de bienes, o son el producto distintivo de la convención y la autoridad?»

Aristóteles, sin embargo, tenía muy claro cuál era su función y su origen. No le pasaba como a esta web, que lleva ya cincuenta o sesenta páginas para empezar a vislumbrarlo. Él lo despejaba en dos patadas, es decir, en un par de párrafos:

«A medida que las relaciones de auxilios mutuos se transformaron, desenvolviéndose mediante la importación de los objetos de que se carecía y la exportación de aquellos que abundaban, la necesidad introdujo el uso de la moneda, porque las cosas indispensables a la vida son naturalmente difíciles de transportar.
Se convino en dar y recibir en los cambios una materia que, además de ser útil por sí misma, fuese fácilmente manejable en los usos habituales de la vida; y así se tomaron el hierro, por ejemplo, la plata, u otra sustancia análoga, cuya dimensión y cuyo peso se fijaron desde luego, y después, para evitar la molestia de continuas rectificaciones, se las marcó con un sello particular, que es el signo de su valor» (Aristóteles: Política, Libro I)

Así de fácil, de sencillo y de elegante (nótese cómo las razzias y contra-razzias de saqueo son denominadas por Aristóteles "relaciones de auxilios mutuos"; se ve que los políticos siempre han sido así de sinuosos). Pero sin ánimo de enmendarle la plana, más bien ocurrió lo contrario de lo que comúnmente se piensa, según se ha reiterado en estas páginas: el paso del nomadeo caza-recolector hacia la agricultura de plena dedicación fue dado de muy mala gana por nuestros resignados ancestros (con la agricultura el trueque se fue haciendo cada vez más necesario porque había que "exportar" las demasías recolectadas, pero eran unos excedentes masivos que se producían a propósito y precisamente con este motivo).
Hace unos diez mil años comenzó ese proceso, y cuatro mil años después, las tribus que se resistieron a civilizarse, a someterse al trauma del acarreamiento y agrupamiento en parcelaciones "socializadas" a la sombra del templo, y decidieron permanecer al abrigo de las montañas y los bosques, fueron condenadas por la cultura escrita (y la historia la escriben los vencedores) a conformar el inframundo, el hades, el infierno, las tinieblas exteriores, el Mal, en definitiva.

«La agricultura deja su huella genética en los seres humanos y, gracias a ella, un grupo de investigadores, dirigidos por Richard Cordaux, del Instituto de Evolución Antropológica de Leipzig (Alemania) han encontrado evidencias de que la difusión de esta revolucionaria práctica del Homo sapiens se debió en mayor medida a una masiva expansión de individuos que a una difusión cultural. La investigación, publicada en la revista Science, se ha basado en el estudio de 583 sujetos del sur y el norte de la India, entre los que había cazadores-recolectores y agricultores recientes y tradicionales.
La India era el lugar ideal para la investigación, dado que allí coexisten grupos de agricultores recientes con otros de cazadores-recolectores y castas, que cultivan desde hace 3.000 años. Cordaux escogió individuos de los tres grupos y de diferentes zonas del país» (Rosa M. Tristán, Diario El Mundo, 24-mayo-2004)


1 Luminosos mitos sobre sombrías historias

La más importante epopeya de la Antigüedad previa a los griegos, la de Gilgamesh, trata de las inmensas dificultades de las poblaciones reducidas a la civilización nacida de la cultura surgida de la agricultura. De hecho, «en ocasiones las gentes de las ciudades, sobre todo aquellos más desfavorecidos socialmente, abandonaban el entorno urbano, tradicionalmente considerado "protector", para integrarse en la vida nómada fuera del control de los palacios, ante la dureza de la presión fiscal y de las prestaciones laborales obligatorias...» (Carlos G. Wagner: Historia del Cercano Oriente).
Como una gran parte del arte universal, estos textos tratan de camelar (perdón, educar) a la masa para que no escape a la estepa y acepte lo inevitable mediante el ejemplo de dos héroes, que se decía antes, o superhéroes que se dice hoy: Enkidu, un súper-pastor, y Gilgamesh, un súper-rey de ciudad (Gilgamesh a la derecha de Enkidu en el relieve de la izquierda), los cuales, pudiéndolo todo, luchan al principio entre sí:

«Midieron sus fuerzas en el Mercado de la Tierra / Enkidu obstruyó la puerta con su pie / impidiendo que Gilgamesh entrase / Se agarraron uno a otro, / enlazados con fuerza, como toros…» (Poema de Gilgamesh [hacia el año 2750], tablilla II, columna vi)

Civilizado contra salvaje, Crusoe contra Viernes, manhattan contra cocodrilo-dundee, la moraleja para el público es que al final terminan haciéndose amigos del alma, y si bien no acaban siendo felices ni comiendo perdices, es debido a que las películas buenas siempre acaban mal.
Para ser justos, los eruditos no dicen que la epopeya del Gilgamesh trate de la expansión de las Ciudades-Estado, sino de la infructuosa búsqueda humana de la inmortalidad por parte de este superhéroe. Pero es que los eruditos suelen ser así de desprendidamente sublimes, ellos. Y el consolador y celebrado lema folletinesco de que "los ricos también lloran" siempre ha funcionado muy bien como azúcar para el ricino de la vida humilde.


He aquí un fragmento de muestra sobre cómo pintaba tal epopeya el proceso de integración del pobre Enkidu, un feliz salvaje, al progreso ―alcoholización incluida― a manos de una prostituta (y quién mejor para el menester de desbravar a un hombre?):

«La leche de las bestias salvajes /solía él mamar. / Pero ahora dispusieron comida ante él; / se atragantó y boqueó, / y abrió mucho los ojos. / Nada sabe Enkidu de alimentarse de pan; a beber cerveza no le habían enseñado. / La ramera abrió la boca / y dijo a Enkidu: 
―"Come el alimento, Enkidu, / porque es una condición del vivir, / consume la fuerte bebida / como es costumbre aquí".
Enkidu entonces comió el alimento / hasta quedar saciado; / de bebida fuerte apuró siete copas. / Y su espíritu desatóse» (Poema de Gilgamesh, tablilla II, columna iii)


Como contraste de la política de seducción de los salvajes buenos (aquellos con los que uno no tiene otra opción que la de aliarse por no poder con ellos), este poema nos ofrece seguidamente una descripción de la política de agresión pura y dura contra los salvajes malos (aquellos que, controlando riquezas apetecibles, están en inferioridad de condiciones).
En el punto siguiente veremos cómo la coalición de Gilgamesh con Enkidu, provista de una panoplia metálica apabullante, se encamina hacia las lejanas tierras de lo que hoy es el Líbano. En ellas habita un monstruo famoso por su maldad con el que Gilgamesh soñaba medirse, sólo por puro orgullo personal, no por otra cosa: para mostrar su valor y por tranquilizar a los asustados súbditos de su reino de Uruk:
El que Humbaba ―que tal era el nombre del monstruo― protegiera celosamente inmensos bosques de cedros, único árbol maderable de calidad de todo el Oriente Próximo, es sólo un detalle anecdótico para dar colorido a la narración (igualmente, faltaba más, el relato de la expedición sólo busca poner de relieve la fuerza de la amistad surgida al calor de la admiración mutua entre nuestros machotes protagonistas: épica disfrazada de lírica que ya preludia lo dramático de la historia real).


La historia, en forma de leyenda, del proceso de asimilación de los salvajes poseedores de recursos que, como decimos, no pudiendo ser eliminados con la fuerza son abducidos con la amistad, tendría continuidad siglos después en Grecia con el mito de Teseo (que significa Fundador, por más que no se sepa muy bien qué fue lo que fundó).

Este buen superhombre —se cargó al temible Minotauro cretense y escapó del Laberinto gracias a haberse camelado previamente a la boba de la princesa Ariadna— tenía un abuelo llamado Piteo que se inmortalizó gracias a una sola sentencia: «Paga al amigo el precio conveniente». Quede constancia del dato, resaltado admirativamente por Plutarco, como muestra de cómo se las gastaban nuestros afamados helenos en cuestión de tratos comerciales (Pausanias recuerda tal máxima en aquesta bella forma biológico-tenderil: «No debes marchitar la esperanza que la amistad ha concebido, sino colmar bien su medida»).

Y es Plutarco quien nos da cuenta de la peripecia, paralela a la de Gilgamesh y Enkidu, en la que Teseo se hace amigo del alma (y no como los de Facebok) de otro buen salvaje llamado Piritoo. Las riquezas de este mozo consistían esta vez en un jugoso ganado caballar que pastaba libremente en la inhóspita Tesalia, al norte de Grecia, si traducimos correctamente en historia la circunstancia mitológica de que el tal Piritoo pertenecía a una conocida tribu, más bien a una raza, la de los Centauros, aunque él no lo fuese (los centauros no eran dragones, pero casi casi: estaban medio inmersos en la misma naturaleza eliminable), por más que la mitología, sospechosamente, evada explicar los motivos de tal excepción (imagen derecha, moneda tesalia):

«En cuanto a su amistad con Pirítoo, dícese que se concilió de esta manera: tenía Teseo gran renombre de fuerza y de valor; queriendo, pues, Pirítoo tomar de ello conocimiento y probarle, se llevó de Maratón los bueyes que aquel allí tenía; y sabiendo que le perseguía armado, no huyó, sino que más bien retrocedió, y le salió al encuentro. Luego que estuvieron a la vista, cada uno admiró la belleza y resolución del otro; trabaron sí combate; pero Pirítoo, alargando el primero la mano, puso en la de Teseo que fuese juez de aquel robo, porque de buena voluntad se sujetaría a la pena que determinase. Teseo le remitió la pena, y le brindó con ser su amigo y aliado; por lo que hicieron entre sí amistad jurada» (Plutarco: Vidas paralelas: Teseo)

Más que un fundador, Teseo fue como mucho un refundador, o mejor, un organizador. Se le atribuye el agrupamiento, alrededor de la elevación de la Acrópolis, de "las Atenas", comunidades agrícolas dispersas que poblaban la región ática, con vistas a su mejor defensa (de ahí la forma plural de Atenas), o eso afirman los historiadores. Pero sobre todo con vistas a transformar unas comunidades de buenos labriegos semisalvajes en estupendos ciudadanos armados y dispuestos al ataque. Y sobre todo por las que organizó durante toda su vida a causa de sus líos amorosos con Ariadna, Hipólita o Fedra, escarceos que a los atenienses les servían para explicar sus razzias contra los Estados vecinos, que para eso se habían civilizado.
Pero sobre todo, la que organizó el organizador Teseo al raptar a una Helena todavía impúber, en el conocimiento como experto catador, de la futura esplendidez de la cría. Como la ajetreada niña era una princesa espartana, Esparta tuvo que invadir Atenas en su rescate… o eso aseguran a su vez los espartanos para justificar unas eternas rivalidades entre ambos Estados que serían la ruina de Grecia entera tras las Guerras del Peloponeso. Parece que la belleza de Helena era tan convincente para la prensa del corazón (la prensa de prensar) que probaron a reutilizarla contra Troya. Y vaya si coló.


Una vez consignada esta continuidad de la peripecia en el tiempo, no podemos pasar por alto el chocante detalle de la intervención de una prostituta en el mito de Gilgamesh para redimir a Enkidu: Nos estamos moviendo en un relato con cinco mil años de antigüedad. Y aunque diga la técnica publicitaria que una falsedad repetida un millón de veces se convierte en una verdad, eso funciona en su campo y para sus fines. Pero en su campo se halla una de las mayores falsedades de la historia: el aforismo que certifica que el amor es intemporal.





De hecho, a los sumerios de hace cinco milenios ni se les podía pasar por la imaginación rescatar a un hombre de la selva (que es el significado de salvaje) a base de cucamonas posturitas y miraditas al bies, como hace Jane con Tarzán, Linda con Cocodrilo, la Bella con la Bestia o Ann con King-Kong, sino a base de sexo puro y duro. Y no se recataban de expresarlo literariamente a voz en grito en plazas y corrillos porque su sexo era un acto sagrado y no nuestra sucia cochinada: estaban obsesionados por la fecundidad de la naturaleza en la cual se sentían inmersos, no en vano se habían jugado la existencia a una sola carta al decidirse por la sedentarización agrícola: feliz deriva de 'felix', que significa fértil, fecundo….
El que para nosotros el sexo sea una sucia cochinada lo debemos a esa mitad judeo-pagana de la cultura en la cual nos debatimos de uno a otro extremo. En aquella época, sobre este aspecto del sacerdocio, nuestros ascendientes culturales lo tenían muy claro, (Sagradas Escrituras: Levítico, 21-9): 

«Si la hija de un sacerdote se profana prostituyéndose, a su padre profana. Será quemada al fuego»




(Izquierda, diosa del Período de El-Obeid, hace 6500 años. Cerrando este punto, mapa ubicando las más importantes ciudades sumerias, que se encontraban, desgraciada tierra, dentro del actual Iraq)



Por otro lado, la expresión correcta no es "ramera", ni "prostituta", sino hieródula (del griego, 'hierós', sagrado, y 'doûlos', esclavo) y representa la simplificación de una compleja organización sacerdotal femenina con gran variedad de funciones especializadas, relacionadas con la función creadora de vida animal y vegetal (y tribal) que para ellos tenía el sexo (derecha, Sacerdotisas, de Emil Nolde). Y en el poema, los dioses encargan a una de las sacerdotisas que seduzca (por comparación) al buen bruto de Enkidu a fin de apartarlo de las bestias que eran sus compañeras… también sexuales (lo había creado la diosa Antum a partir de barro y, soltado directamente en la selva, no había visto nunca una mujer, que todo hay que decirlo). De hecho, cumplida su misión con gran eficiencia y entrega, "la chica" regresa a sus quehaceres en el templo, y Enkidu se lamenta mientras la maldice, una reacción que sí es intemporal, que nosotros llamamos amor, pero que es la natural adicción residual inherente a estos asuntos:

«Los ojos de Enkidu se llenaron de lágrimas, / se golpeó el pecho, / suspiró tristemente…
―"La mujer que yo amaba, amigo mío, / ha echado sus brazos a mi cuello / y se ha despedido de mí.
Mis brazos cuelgan, flojos, / y mi fuerza se ha trocado en debilidad"»
(Tablilla III, columna ii)

Dicho todo lo dicho, no queremos dejar la falsa impresión de que en aquellos tiempos y lugares la prostitución en sí, cualquier prostitución ejercida por libre y con ánimo de lucro, estuviese aceptada socialmente, por más que legalmente sí lo estaba. El ejercicio de la prostitución privada siempre se ha desenvuelto en los mismos lugares y parecidas condiciones, legales o no. Pero los mesopotámicos pusieron mucho cuidado en distinguir y amparar lo sagrado de lo profano (lo cual no representa una contradicción por cuanto el objetivo a sacralizar, inteligentemente, era la fecundidad placentera y no el servicio del placer a secas o a húmedas, aunque éste estuviera autorizado y reglamentado):

«Si una sacerdotisa que no viva en claustro ha abierto una taberna de vino de dátiles con sésamo, o ha entrado para beber vino de dátiles en la casa de vino de dátiles con sésamo, a esta mujer liberal se la quemará» (Ley 110 del Código de Hammurabí)

 



Por otra parte, las casas estrictamente de placer (de "vino de dátiles con sésamo" preparaban las "copas" en Babilonia), los clubs de alterne, siempre de propiedad femenina (un detalle a tener en cuenta al considerar prostitución y proxenetismo en Mesopotamia), estaban perfectamente reglamentados fiscalmente y controlados en lo que respecta al peligro de reunión que podía darse en ellos (como ha ocurrido en todos los tiempos):

«108.- Si una comerciante de vino de dátiles con sésamo, no quiso recibir por precio trigo, y exigió plata (pesada o pesada con pesas falsas, según las interpretaciones); o si recibió trigo pero rebajó el vino de dátiles, esta comerciante de vino de dátiles con sésamo es culpable y se la arrojará al agua.
109.- Si se reúnen rebeldes en casa de una comerciante de vino de dátiles con sésamo y ésta no les toma y conduce al palacio, será muerta.
111.- Si una comerciante de vino de dátiles con sésamo dio 60 GA de vino de dátiles a crédito, recibirá 50 QA de trigo al tiempo de la cosecha»
(Código de Hammurabi)

Y un último detalle a tener en cuenta al considerar prostitución y proxenetismo en la Antigüedad:

«Los lidios se gobiernan por unas leyes muy parecidas a las de los griegos, a excepción de la costumbre que hemos referido hablando de sus hijas (porque ya se sabe que todas venden su honor ganándose su dote con la prostitución voluntaria, hasta tanto que se casan con un determinado marido, que cada cual por sí misma se busca).
Ellos fueron, al menos que sepamos, los primeros que acuñaron para el uso público la moneda de oro y plata, los primeros que tuvieron tabernas de vino y comestibles, y según ellos dicen, los inventores de los juegos que se usan también en la Grecia» (Heródoto: Historia, Libro I, xciv)



Prosigamos con lo nuestro (izquierda, fotograma de Metrópolis, de Fritz Lang, film que nos obliga a reflexionar acerca del sentido último de la Civilización). Caben pocas dudas de que, por más que hoy se contemple desde una óptica humanista existencial, el Poema de Gilgamesh formaba parte, si es que no era la punta de lanza, del intenso lavado de cerebro religioso (además de justificación teológica para la violencia) al que las aristocracias sacerdotales-militares sometieron a las antiguas poblaciones de caza-recolectores para integrarles en la imparable Revolución Agrícola y Urbana:

«La revolución neolítica que llevó a nuestros antepasados de cazar y reunirse en pequeños grupos familiares hasta el asentamiento (una vida en comunidades de aldeas basada en la agricultura de subsistencia) fue la mayor destrucción en masa de destrezas, culturas y lenguajes que haya ocurrido nunca en la historia humana. Desaparecieron decenas de miles de años de conocimiento acumulado y tradición elaborada. Estudios recientes sobre este período esencial de la historia humana coinciden en que ningún grupo de cazadores-recolectores pudo abandonar simplemente todo lo que sabía y establecer una cultura sedentaria sin que se hubiera dado una gran batalla de ideas.

El científico Colin Tudge ha actualizado recientemente el mesaje bíblico de la expulsión del Paraíso: "Es obvio que la agricultura neolítica era dura: los primeros agricultores eran menos robustos que los cazadores-recolectores que les precedieron, y padecían trastornos de nutrición y desórdenes traumáticos e infecciosos que sus antepasados se habían ahorrado".
Bajo esta óptica, parece que el cambio fundamental hacia la agricultura como forma de vida sólo pudo suceder a través de la difusión de una poderosa nueva ideología que, en esa época, sólo podía expresarse y propagarse bajo la forma de una nueva religión». (Paul Kriwaczek: Babilonia).

En fin, todos conocemos lo suficiente acerca de las guerras, sobre todo de las religiosas, para saber que se dirimen con argumentos bastante más contundentes que "una gran batalla de ideas".



Y puesto que hemos abierto capítulo con una referencia bíblica acerca del Becerro de Oro (y con la Danza alrededor del Becerro de Oro, de Emil Nolde, además de, inmediatamente debajo, uno de los famosos Toros de Ur), cerremos esta introducción situando su contexto histórico, teniendo en cuenta que fue a imitación del dios Mneris, de Heliópolis, en Egipto, que los israelitas modelaron su ídolo:

«… Y el dios del Atabirio de Creta, como el dios del Atabirium (monte Tabor) en Palestina, famoso por su culto del becerro de oro, era el hitita Tesup, un dios Sol propietario de ganado. Rodas pertenecía al principio a la diosa Luna sumeria Dam-Kina, o Dánae, pero pasó a poder de Tesup; y cuando se derrumbó el imperio hitita fue colonizada por cretenses de habla griega que mantuvieron el culto del toro, pero hicieron a Atabirio hijo de Preto («primer hombre») y Eurínome, la Creadora. En la época doria Zeus Atabirio usurpó el culto rodio de Tesup. El bramido de les toros se produciría haciendo girar rhomboi, o bramaderas (véase punto 5 de Las Creaciones del Hombre), utilizadas para ahuyentar a los malos espíritus» (Robert Graves: Los mitos griegos)




 2 Dragones y Tesoros
«―"Estoy decidido a penetrar en el Bosque de los Cedros, / quiero fundar mi gloria; pero antes, amigo mío / quiero dar trabajo a los artesanos, / que forjen nuestras armas delante de nosotros" / Señalaron un lugar a los metalistas / los cuales fundieron poderosas azuelas / fundieron hachas de tres talentos cada una (unos 90kg), / fundieron también poderosas espadas, / puñales de dos talentos cada uno (unos 60kg), / y uno y otro tuvieron a su lado una lanza de treinta minas (unos 15kg); / la empuñadura de oro de sus puñales pesaba treinta minas. / Gilgamesh y Enkidu llevaban cada uno / diez talentos en armas (unos 300kg)» (Poema de Gilgamesh, tablilla III)

Pero resulta que era, precisamente, en esas tinieblas que rodeaban a los Estados y a sus cultivos donde se encontraban la mayoría de las materias primas necesarias para levantar las estructuras de ese nuevo invento llamado ciudad, colmena anclada a las llanuras cultivables y a las rutas comerciales según hemos venido viendo en las entradas precedentes. Y cada ciudad se levantaba como buenamente se podía. Los egipcios tenían enormes canteras y grandes masas de súbditos, bien dispuestos unas veces, mal dispuestos otras. El resto de Oriente Próximo era otra historia muy diferente:

«Toda la tierra tenía un solo idioma y las mismas palabras. Pero aconteció que al emigrar del oriente, encontraron una llanura en la tierra de Sinar y se establecieron allí. Entonces se dijeron unos a otros: "Venid, hagamos adobes y quemémoslos con fuego". Así empezaron a usar ladrillo en lugar de piedra, y brea en lugar de mortero. Y dijeron: "Venid, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue al cielo. Hagámonos un nombre, no sea que nos dispersemos sobre la faz de toda la tierra"...» (Antiguo Testamento: Génesis, 11)

Y si palacios y templos bien pudieron prescindir de la piedra gracias a la maña artesana con el adobe y al perfeccionamiento de éste en forma de ladrillo, o sea el adobe horneado, la madera les era imprescindible para la ejecución de soportes y vigas, puertas marcos y molduras.
Y es que el material probablemente utilizado antes que ninguno fue la corteza, el núcleo, las ramas, las hojas del árbol: la palabra madre deriva de la misma raíz que materia: pasa del ario 'ma' al sánscrito 'maya', "medir o construir"... al igual que la palabra madera, que primitivamente en solitario, y posteriormente junto a los subproductos de la ganadería (osamenta, cornamenta, cuero, piel y pelo), la piedra y los metales, fue la materia básica de herramientas y equipamiento.

No por nada el árbol tuvo categoría de cósmico en muchas civilizaciones. Para los antiguos iranios, por citar un ejemplo cercano a Mesopotamia, el dios Vayu creó el mundo y lo puso en su seno donde lo perfeccionaba y agrandaba: de su cabeza hizo el cielo, de sus pies la tierra, de sus lágrimas el agua, de sus cabellos las plantas, y de su pensamiento el fuego. Vayu es descrito como el Árbol Cósmico que servía de pilar entre el cielo y la tierra (aunque sería conveniente puntualizar que, hasta algo más del 3000-4000, la madera nunca había sido explotada como armazón estructural, sino como combustible o como herramienta ―utensilio ligero o armamento―, siendo el fresno, seguido del haya, las especies más apreciadas a tal fin).

Pero en Mesopotamia y Egipto nunca ha habido árboles maderables. Su penuria arbórea era tal que, según se cuenta en la leyenda de Gilgamesh, Inanna (Ishtar, la futura Afrodita-Venus), toda una señora diosa del amor y la guerra, una vez decidió fabricarse un trono a la medida un poco confortable…, pues bien, tuvo que recurrir a reciclar el derribo de un árbol de las orillas del Éufrates que había sido arrancado por el viento, trasplantándolo en su jardín a la espera de que creciese lo suficiente como para hacerse el apaño.
No es de extrañar, por tanto, su berrinche al encontrarse un buen día su árbol okupado, de bote en bote, ni que fuera derecha como un cohete a lamentarse ante la asamblea de los dioses, dando con ello lugar a la intervención de Gilgamesh, el semidiós sumerio precursor de Hércules:

«Entre sus raíces, la serpiente que no conoce reposo / había situado su nido; / en su copa, Imdugud, el pájaro de la Tempestad, / había colocado su cría; / en el centro, Lilith construyó su casa.
Gilgamesh se quita de su talle la armadura, / cuyo peso es de cincuenta minas, / empuñó su hacha, que pesaba siete talentos y siete minas / y entre las raíces del árbol golpeó / a la serpiente que no conoce reposo; / y en su copa a Imdugud, al pájaro de la Tempestad, / robó su pequeñuelo, teniendo que huir / el pájaro a la montaña.
Gilgamesh destruyo la casa de Lilith y dispersó sus escombros. / Cortó el árbol por las raíces, golpeó su copa / y luego las gentes de la ciudad vinieron a cortarla. / Entregó el tronco a la brillante Inanna / para hacerse un lecho, / para hacerse un trono se lo entregó…» (Poema de Gilgamesh, tablilla XII)

(Pido disculpas por haberme excedido en la transcripción de los detalles literarios, pero el motivo ha sido complementar, de paso, nuestra entrada dedicada a Lilith, en la cual tratamos a este entrañable personaje detenidamente. Sí informaremos de que la armadura pesaba 25 kilos y el hacha 215 kilos de nada. Los súper-héroes son así).

Y en los bosques del actual Líbano, moraba el terrible ogro Humbaba, o Huwawa, del que ya hemos hablado ―no muy diferente del buen Enkidu que acabamos de mencionar―, el hombre del saco para los sumerios, el coco para los babilonios, y personificación interesadamente maliciosa de las reales tribus "salvajes" antecesoras de los fenicios en la defensa y explotación de los famosísimos cedros, su preciado recurso, codiciado por todo el mundo civilizado de la primitiva Antigüedad.
Como vemos, la transformación en monstruos que hoy día se hace de los dictadores (hostiles, sólo de los hostiles) de países ricos en petróleo, o en lo que sea, tiene al menos cinco mil años de manipulación histórica: se enviaba una expedición para matar al ogro Humbaba, y de paso, ya que casualmente el territorio era "tenebroso" a causa fundamentalmente de sus bosques, pues se llevaba uno a casita, a la soleada y pelada patria, toda la madera que un ejército fuese capaz de acarrear.

Así, si en la tablilla III del texto babilónico que encabeza este punto se describe la voluntad heroica de Gilgamesh y de Enkidu de acabar con el malvado Humbaba (la lucha contra el mal, ¿no les suena?), en la tablilla V, al llegar al corazón de los montes, empieza a vérseles el plumero a nuestros supermanes:

«Ellos admiran los cedros, / pero Humbaba los está viendo desde arriba…
Gilgamesh tomó el hacha en su mano / y comenzó a talar los cedros. / Pero cuando Humbaba oyó el ruido / se encolerizó:
― … Os subiré al cielo, / os machacaré el cráneo / y os devolveré otra vez a la oscura tierra…»

Y tras la lucha, una vez que el designio que trajo a nuestros héroes se ha cumplido, aparece el verdadero motivo de tanto jaleo: el petróleo… digo, los cedros:

«Entonces Humbaba se rindió / y le dijo a Gilgamesh:
―No me aniquiles, Gilgamesh! / ¡Sé tú mi señor, y yo seré tu esclavo! / Olvida las amenazas que he lanzado contra ti. / Y los cedros que hice crecer, / en lo más profundo de los montes, / yo los cortaré y llevaré a vuestras casas.
Pero Enkidu le dijo a Gilgamesh:
―A lo que te dice Humbaba / no le prestes oídos. / ¡No dejes a Humbaba con vida, / y libre de nuevo en los montes!
Y cortaron la cabeza a Humbaba»

(derecha, impronta de un sello asirio relativo a este momento del poema)


No vamos a insistir acerca de la renuencia política instintiva al trueque y la prioridad económica (y el prestigio social) del saqueo o el trofeo bélico sobre la permuta, y prometemos olvidarnos del tema a cambio de la reproducción de una cita de Genaro Chic:

«La sociedad lentamente se fue estructurando en capas dominantes y capas dominadas. Con razón se dice que pólemos, "la guerra", es la madre de la política o arte de vivir en torno a un "centro y comunidad de guerra" (polis)... Es decir, que es el estatus, y no el contrato, lo que vertebra la sociedad... 
Lo más valioso desde la perspectiva masculina que rige las sociedades estructuradas en torno a la fuerza serán, por tanto, el botín y los trofeos en general de la caza o de las razzias, siendo considerada la obtención de los objetos por medios distintos a la captura como algo indigno del hombre que se precie de tal… Los desarrollos técnicos que se produzcan irán dirigidos por el grupo rector, por consiguiente, de forma predominante a la guerra. Situación que en el fondo se sigue manteniendo en las sociedades industriales actuales». (Genaro Chic García: El comercio y el Mediterráneo en la Antigüedad).
El vestigio etimológico dejado por tan persistente cultura resalta en una en apariencia inocente palabra: limítrofe, (aledaño, lindante, contiguo) de 'limitrophus', término compuesto por 'limes', frontera, y 'tropheum', victoria, triunfo, trofeo. Es decir, "campos de premio en la frontera", o algo así. Y con igual intención administrativa, la provincia debe su denominación al latín 'pro-vincere': para el vencedor, adjudicada al vencedor.




Aquellas razzias, saqueos, matanzas y devastaciones, fueron en fin dignificadas como se suele, incluyéndose en la alta cultura por los sacerdotes-escribas de los templos, y dieron lugar a las leyendas de dragones, gestas recitadas de plaza en plaza y que representaron el hollywood antes de Hollywood (algo de ello ya vimos al hablar de Tesoros Duendes y Espadas). En particular, en la traducción del Poema de Gilgamesh aquí utilizada (según la estupenda edición de Federico Lara Peinado), para describir a Humbaba se emplea el término ogro, palabra que ―ojo al dato, que viene a cuento―, deriva de Ogur, «nombre antiguo de los húngaros, que sembraron el terror al invadir Europa en la alta Edad Media» (Joan Corominas)… por más que en otra parte hayamos dado cuenta de otra versión etimológica según la cual también podría derivar de Orcus, o sea de Orco, romano dios plutónico devorador de hombres (para nosotros el criterio de Corominas es determinante).

No obstante, la descripción que se da en el texto babilónico de Gilgamesh responde más bien a otro tipo de espécimen, puesto que «el rugido de Humbaba es el bramido de la tormenta, fuego vomitan sus fauces y su aliento es mortal». Además, como acabamos de ver, Humbaba amenazaba con "subirles hasta el cielo", es decir, que volaba. Por lo tanto, no se trataba de un ogro, sino de un dragón (figura cuya relación con los dinosaurios ya trazamos en nuestras Historias de Dragones), un dragoncillo, tal y como convencionalmente está representado en el sello asirio reproducido arriba.
Y si el aspecto de Humbaba en él es un tanto canijo, como los de Komodo, ello se debe a que hasta casi nuestros días los personajes sagrados, los dos mozarrones, se representan a una escala mayor que la del resto de circunstantes (véase sino lo mal que, por este motivo iconográfico, le hacen quedar a san Jorge, como si abusara en su lucha con un dragón de un tamaño que casi despierta compasión, más aún que el toro bajo el picador).

Los dragones siempre han simbolizado la avaricia extrema. Tal leyenda parece tener su origen en que, tras la defunción de Roma, se dio el caso de ladinos ahorradores que, jugándose el pellejo, ocultaron sus pertenencias "en metálico", sus tesoros, en el interior de cuevas. De ellas procedían emanaciones sulfurosas capaces de provocar de todo y de todos los colores, y de acabar con cualquier bicho viviente despistado que se aproximase.
Y los pobres dragones (cuya concordancia con las osamentas de dinosaurios encontradas en sitios análogos acabamos de mentar) cargaron con el mochuelo, pues como todo el mundo sabe, matan con el aliento y con el fuego que exhalan por ojos narices y fauces; no por nada son un motivo frecuente en la simbólica decoración arquitectónica de las catedrales, cuyas sacristías, altares y camarines vigilan celosamente.
Apoya esta teoría del medievalismo de la imagen imperante del dragón el hecho de que (como demostró Fontenrose en su monumental Python) en las mitologías griegas y en todas las orientales, anteriores y precursoras de ellas, los dragones y las dragonas, que de todo hubo, nunca custodiaron tesoros sino manantiales o fuentes, de las cuales eran espíritu… pero ya hemos hablado (al tratar del nacimiento de la Escuela y su relación con nuestra civilización) de la trascendencia del agua, más importante que cualquier tesoro para la subsistencia de una comunidad. De hecho, era muy normal que la amenaza con que el dragón solía exigir rebaños y vírgenes de ambos sexos para su consumo privado, consistiese en el corte del suministro de agua que salía de su cueva o de su lago o su río, accidentes orográficos en los que también gustaban morar estos bichos (un comportamiento similar al de las actuales compañías hidroeléctricas, sucesoras de aquellos monstruos desalmados).  

También se justifica esta mitología "póstuma" de la adicción, del vicio, de los dragones por el oro, en la íntima relación de este metal con el fuego por intermedio del fuego del sol. Muchas tradiciones hablan del Origen de los Tiempos brotando de un abismo acuoso removido por un espíritu ardiente cuyos ojos miran hambrientos a su alrededor, gesto que da al dragón su nombre griego, el arcaico 'derkesthai', lanzar miradas fugaces, del cual acabarían saliendo el griego 'drákon' y el latino 'draco'.

Aunque no podemos extendernos más en el asunto, no podemos abandonarlo sin mencionar el Poema de Beowulf (que, por cierto, sirvió de inspiración a Tolkien a la hora de montar El Señor de los Anillos, íntimamente relacionado también con estas manías), escrito en el s.V, donde un ogro, Grendel, la madre del ogro, de filiación desconocida, y un dragón enfurecido (porque un ladrón, de entre todo su inmenso tesoro, fue a robarle, precisamente, su copa de oro favorita... ¿¡!?), representan una magnífica sublimación de las razzias y contra-razzias que mencionábamos al principio, aunque esta vez desplegadas a lo largo y ancho de los países escandinavos.



Como contraste, las "aventuras" maravillosas en busca de tesoros, expediciones comerciales disfrazadas como visita de cortesía imperial (ya no bélicas) en procura de oro, plata, piedras preciosas, especias, sedas y demás chuches realizadas a países de ensueño, como Dilmun (por los sumerios), Punt (por los egipcios), Saba (por los israelitas) o el País de los Seres (por Roma), serían equivalentes a las glamurosas idas y venidas de nuestros gobernantes a esos "fastuosos" países de las mil y una noches, pernoctando en hiltons y demás palaces en pro de una civilizada diplomacia con los dictadores buenos y cariñosos, "ingrávidos y gentiles como pompas de jabón".
Los poemas homéricos troyanos o el rescate del Vellocino de Oro fueron, al fin y al cabo, el embellecimiento de las continuas guerras comerciales en pro del control del estrecho de los Dardanelos como acceso al Mar Negro, como vimos en Los Caballos de Troya:

«La guerra de Troya es histórica y, cualquiera que pueda haber sido su causa inmediata, fue una guerra comercial. Troya dominaba el valioso comercio del Mar Negro en oro, plata, hierro, cinabrio, madera para la construcción de naves, lino, cáñamo, pescado seco, aceite y jade chino. Una vez tomada Troya, los griegos pudieron establecer colonias a todo lo largo de la ruta de comercio oriental, que llegó a ser tan rica como las del Asia Menor y Sicilia». (Robert Graves: Los mitos griegos).



«Poco después Príamo envió a sus sirvientes en busca de un toro del rebaño de Agelao. Iba a ser el premio en los juegos fúnebres que se celebraban anualmente en honor de su hijo difunto. Cuando los sirvientes eligieron el toro mejor, Paris sintió de pronto el deseo de asistir a los juegos y corrió tras ellos. Agelao trató de retenerlo: «Tú tienes tus corridas de toros particulares. ¿Qué más puedes desear?», le dijo, pero Paris insistió y al final Agelao le acompañó a Troya» (Robert Graves: Los mitos griegos)

Toros con teas encendidas en las astas (cuyo recuerdo es el toro embolado) y bueyes tirando de paquetes de ramas alquitranadas ardiendo se emplearon en primera línea (auténtica línea de fuego) de numerosas batallas en la Antigüedad. La lidia del toro bravo es herencia de su culto egeo cuyo friso más conocido es el cretense reproducido bajo estas líneas
        El ganado hispano era tan famoso en la Antigüedad, que Helios, dios del Sol, y Hades, el del Inframundo, tenían sus rebaños en la actual Andalucía y Hércules vino hasta ella a robar el ganado del rey Gerión. Ambos espectáculos, embolaos y lidiaos, siguen formando parte de nuestras fiestas. Y debiéramos tener la fiesta en paz

«Un cuerno de toro, considerado desde los tiempos más primitivos como la sede de la fertilidad, hacía rey al candidato a la dignidad regia que lo asía cuando luchaba con un verdadero toro o con un adversario con máscara de toro. El héroe babilonio Enkidu, mellizo mortal de Gilgamesh y devoto de la Reina del Cielo, asió al Toro del Cielo por los cuernos y lo mató con su espada» (Robert Graves: Los mitos griegos)



Hay que reconocer que la resistencia a abandonar la vida nómada para agriculturizarse estaba bastante justificada. Incluso en un poema de cinco mil años, como el de Gilgamesh, creado por una sucesiva superposición oral de aventuras a lo largo de varios siglos ―como después lo serían la Ilíada y la Odisea―, se detecta en algunas estrofas el clima de rebelión a causa de los desmanes de los gobernante ―del rey de Uruk concretamente― y, mucho más nítidamente, el ambiente de opresión indiscriminada:

«El hombre, por culpa de la ciudad / se ve abrumado de prestaciones. / ¡Los campos son lugares de gemidos! / ¡Por orden del rey de Uruk, la amurallada, / se arrastra al pueblo a los cultivos!... / … Para el rey de Uruk, la de amplios mercados / el tambor del pueblo suena para la elección nupcial / a fin de que con legítimas mujeres se ayunte. / Él es el primero, / el esposo viene después …» (Poema de Gilgamesh, tablilla II, columna iv)




Los Cuernos de la Abundancia
«Un buen número de circunstancias nos llevan a la conclusión de que originalmente todo el ganado, tanto toros como vacas eran tenidos como sagrados por los egipcios, pues no solamente eran estimadas como santas las vacas y no las sacrificaban nunca, sino que tampoco los toros podían ser sacrificados, a menos de que tuvieran ciertas señales naturales; un sacerdote examinaba todos los toros antes de que fuesen inmolados; si alguno tenía las señales apropiadas, el sacerdote ponía su sello en el animal como señal de poder sacrificarle y sí un hombre sacrificaba un toro no sellado, el culpable era condenado a muerte» (James G. Frazer: La rama dorada)

Hoy parece que de momento hemos abandonado la aparatosa y grosera costumbre de montar guerras mundiales por el control del acero el carbón el plutonio y el petróleo, sustituyéndola por un constante rosario de guerras controladas y locales. Pero también en el pasado, hasta prácticamente la Revolución Industrial, la guerra, ha sido la constante vital como relación internacional: una guerra de baja intensidad cuyo móvil era la obtención de ganado, primero, y de ganado y esclavos (ganado parlante, como decía Aristóteles) después.
Y es que la palabra ganado tiene su origen en que lo normal era que los rebaños no se obtenían a base de criarlos, como hoy, sino a base de ganarlos mediante la rapiña, llámesela botín conquistado o robo descarado. Tenemos un ilustre ejemplo en las lamentaciones de Néstor, quien presumía nostálgicamente de sus hazañas de aquesta guisa:

«Ya el vigor de mis ágiles miembros no es el de antes. ¡Ojalá fuese tan joven y mis fuerzas tan robustas como cuando en la contienda levantada entre los eleos y nosotros por el robo de bueyes, maté a Itimoneo, al valiente Hiperóquida, que vivía en la Elide, y tomé represalias! Itimoneo defendía sus vacas, pero cayó en tierra entre los primeros, herido por el dardo que le arrojó mi mano, y los demás campesinos huyeron espantados. En aquel campo logramos un espléndido botín: cincuenta vacadas, otras tantas manadas de ovejas, otras tantas piaras de cerdos, otros tantos rebaños copiosos de cabras y ciento cincuenta yeguas bayas, muchas de ellas con sus potros» (Homero: Ilíada)



El ganado era el petróleo de la Antigüedad, con todo lo que ello implica en cuanto a vida cotidiana interior y conflictos exteriores. Ya sabemos que casi todo lo que hoy maneja el común de los mortales en su día a día procede de algún derivado del petróleo. Y también del ganado, de las diferentes clases de ganado (aparte de la leche, la carne, los huevos o la fuerza), se aprovechaba absolutamente todo: el estiércol (como abono y combustible hogareño, pero no sólo: también en revoques y solados, y como alma impermeabilizante de los adobes), los huesos, cuernos, pezuñas, cuernos, plumas, cuero, pelo, lana, crin… (derecha, Toro bravo de Leonora Carrington):
«Primeramente los productos valían por su utilidad y las necesidades que satisfacían. Así, por ejemplo, los Masai fundamentaban su riqueza en bueyes, muchas otras culturas en cereales y los cazadores en piel y cueros. Muchos nombres de monedas actuales hacen alusión a aquella situación, como rupia, que significa rebaño en sánscrito, o gemel, que es camello en hebreo pero también sinónimo de dinero» (Pablo Núñez Meneses: De la mercancía acreditada a la moneda legal).


«Como el estruendo que producen los leñadores en la espesura de un monte y que se deja oír a lo lejos, tal era el estrépito que se elevaba de la tierra espaciosa al ser golpeados el bronce, el cuero y los bien construidos escudos de pieles de buey por las espadas y las lanzas de doble filo» (Homero: Ilíada)



No es el sitio adecuado para extendernos en esta cuestión (algo tratamos ya acerca del tejido y el cuero en De Urdimbres y Tramas), pero simplemente para poner en evidencia la suma importancia de estas hoy anécdotas, diremos que por ejemplo, la palabra cerdo significa "animal con cerdas" (jabalí es tardío término árabe medieval) al derivar de 'cirra', cerda, cada pelo grueso y duro de ciertos animales, plural de 'cirrus', crin, y no a la inversa.
Crin, o sea 'crinis', era, realmente una palabra romana empleada también para el pelo humano, aunque no exclusivamente: también 'coma' ―del griego 'kóme', cabellera, de poco éxito en español a excepción de 'kometes', cometa o "astro cabelludo"―; 'capillus', cabello, procedente de 'caput', cabeza; 'pilus', pelo, pero también, menudencia; 'cæsaries', cabellera, derivado de 'cædo', en el sentido de que se cae o se corta: de esta palabra le venía el mote a Julio Cæsar... cuya familia tradicionalmente gozaba de una elegante calvicie prematura. Y si el pelo, crin o cerda era de origen indefinido o ignoto, entonces se le llamaba 'sæta', origen de la palabra seda (durante siglos un secreto de estado chino) y también de sedal. Y tales crines cerdas o pelos (el de mujer largo era el más apreciado) constituían la base de la fabricación de la cuerda del arco, entre otras "herramientas".


«Cuando alguien robe un buey o una oveja y lo degüelle o venda, por aquel buey pagará cinco bueyes, y por aquella oveja pagará cuatro ovejas. 
Si un ladrón es hallado forzando una casa, y es herido y muere, no hay castigo. Pero si sucede después de salido el sol, sí, hay castigo. Al ladrón le corresponde hacer restitución, y si no tiene con qué, será vendido por lo que ha robado.
Si lo robado es hallado vivo en su poder, sea buey, asno u oveja, pagará el doble...» (Antiguo Testamento: Éxodo, 22)



«…En verdad que el desgarrar y devorar toros y terneros vivos parece haber sido un rasgo corriente de los ritos dionisiacos. Cuando consideramos la costumbre de representar al dios como un toro o con algunos de los caracteres del animal, la creencia de su aparición en forma bovina a sus fieles en los ritos sagrados y la leyenda de haber sido despedazado con esa forma taurina, no podemos dudar de que, al desgarrar y devorar un toro vivo en su festival, los adoradores de Dionisos creían estar matando al dios, comiendo su carne y bebiendo su sangre» (James G. Frazer: La rama dorada)


 
La omnipresencia del ganado en la vida antigua es tal, que todo gira alrededor de él y de las tierras necesarias para mantenerlo. Ambos factores, ganado y tierra, tierra y ganado, definieron el estatus social hasta la victoria parcial de la burguesía en el s.XVI: noble deriva de deriva de 'notus', notable, notorio, que se da a notar, que da la nota, que da el cante ya en la más temprana época nómada. Y antes de que la civilización, mediante la ostentación y el lujo en vestuario casa y cocina estableciera rígidas diferencias sociales, eran el tamaño pero también la categoría de los rebaños (el western nos muestra el desprecio de los ganaderos de vacas por los de ovejas) los que establecían las distinciones visibles (notorias) de clase, pues, al fin y al cabo, tal notabilidad o nobleza se había "ganado" mediante un poder pertrechado de armas y guerreros, y no, desde luego, ensuciándose en establos y corrales.



(Sobre estas líneas, Friso de la lechería, del Estandarte de Ur. Izquierda, cronología ganadera en Oriente Próximo (pulsar sobre la imagen para aumentar tamaño). Debajo, centro, cilindro-sello babilónico con su impronta al rodar sobre la arcilla, el "papel" mesopotámico. Derecha, el dios-río Tíber con Cornucopia... y no con lo que parece a simple vista, aunque bien podría ser que los mitógrafos aunaran sutilmente ambos aspectos, córneo y fálico, ya que se trata de simbolizar el poder creador de un río).



Véase al respecto lo que la mitología griega contaba acerca de las riquezas de Hades-Plutón, el dios del inframundo:


«Todas las riquezas en joyas y metales preciosos ocultas bajo la tierra son suyas, pero no posee nada sobre ella, con excepción de ciertos templos lóbregos en Grecia y, probablemente, un rebaño de ganado vacuno en la isla de Eriteya, que, según dicen algunos, pertenece realmente a Helios» (Robert Graves: Los mitos griegos)

La omnipresencia del ganado en la vida antigua es tal, que nuestros abuelos no encontraron mejor manera de representar la plenitud inacabable de frutos de la naturaleza en general que con un maná en forma de bodegón manando de un cuerno, el Cuerno de la Abundancia, que en latín es 'cornu-copia' ―copioso, igual a muy abundante; copiar, multiplicar algo―, cornucopia, y que fuera del Olimpo se quedó en un dorado espejismo: "espejo pequeño de marco tallado y dorado, que suele tener en la parte inferior uno o más brazos para bujías cuya luz reverbere en el mismo espejo...", y cuya tierna historia ya contamos en De Urdimbres y Tramas al tratar de las cabras y sus derivados:
«En el culto de Posidón —de quien se dice también que era el padre de Augías— los jóvenes luchaban con toros, y la lucha de Heracles con Faetonte, como la de Teseo con el Minotauro, se comprende mejor como un rito de la coronación: mediante el contacto mágico con el cuerno del toro se adquiría la capacidad de fertilizar la tierra y ganaba el título de Potidan, o Posidón, que se daba al amante elegido de la diosa Luna» (Robert Graves: Los mitos griegos).




Existe una palabra latina que significa cosa, en abstracto, y que designa a la cabeza de ganado mayor: res. En español es algo así como "cosa animada" aplicado al ganado; significativamente, focaliza en el ganado el sentido de la acepción latina de 'res' como "hacienda, patrimonio, poder", y no por nada forma parte de república ('res-publica'). A este respecto acudiremos a una elegante definición de nuestro mentor etimológico universal: «Res, cabeza de ganado; del latín 'res', cosa, por una concreción de sentido semejante a la sufrida por ganado, que propiamente significaba "bienes adquiridos"». (Joan Corominas: Dicc. etimológico de la lengua castellana).
Son las mismas consideraciones que dan al término hacienda su doble sentido de "ente recaudador estatal" y de finca, rancho o explotación ganadera, sentido que aún se mantiene en Hispanoamérica:

«Los números que interesan al Estado no son los que se aplican a todos los hombres sino sólo aquellos que contribuyen a los recursos fiscales y militares del Estado. Esta preocupación utilitaria hace que se cuenten las riquezas y el ganado además de los hombres. Así sucederá durante la mayor parte de la historia, pues los espíritus se abren pronto al sistema demográfico y los gobernantes se preocupan de medir sus fuerzas» (M. Reinhard & A. Armengaud: Historia de la población mundial)


Y es que en el mundo antiguo el ganado sirvió de circulante, que es una forma elegante de llamar al dinero, universalmente en el período anterior a la moneda metálica. Y de 'pecus', ganado, se desdoblaron, evidentemente, nuestros términos: pecuniario, "perteneciente o relativo al dinero efectivo", pecuario, "del ganado o relativo a él", o pécora, oveja descarriada ('pecora', en latín oveja y también rebaño, como plural de 'pecus'), que no viene de pecar, por más que signifique "persona astuta, taimada y viciosa", sino que toma su sentido de que pecorear es como se denominaba al robo de ganado.
Igualmente peculio, de 'peculium', locución que los romanos se tomaban el cuidado de distinguir de pecunio muy claramente, cosa que los romanos modernos no hacemos: peculium era la cantidad de dinero que se pagaba como salario o regularmente a una persona que no podía poseerlo legalmente (un esclavo, por ejemplo, o el patrimonio de un niño que percibiese intereses o dividendos; suponía su disfrute pero no su propiedad).
El peculium era, por tanto, retenido por el guardián legal o por el amo de la persona hasta que ésta era libre para su manejo; y 'peculatus', se llamaba, entre otras cosas peorsonantes, al "malversador" que abusaba de su condición de administrador. Asimismo el "peculio castrense" comprendía bienes que disfrutaba el soldado pero que no eran de su propiedad, puesto que eran cedidas por el Estado.




«El extravagante décimo trabajo de Hércules ―el robo de los bueyes de Gerión (imagen a la derecha)― puede haberse relacionado originalmente con la costumbre helénica patriarcal según la cual el marido compraba a su novia con los procedimientos de un robo de ganado. En la Grecia homérica se las valoraba según el ganado, como sucede todavía en algunas partes del África Oriental y Central» (Robert Graves: Los mitos griegos)


«El Pelida [Aquiles] sacó después otros premios para el tercer juego, la penosa lucha, y se los mostró a los dánaos: para el vencedor un gran trípode, apto para ponerlo al fuego, que los aqueos apreciaban en doce bueyes; para el vencido, una mujer diestra en muchas labores y valorada en cuatro bueyes, que sacó en medio de ellos» (Homero: Ilíada)



Así pues, el trueque primigenio se efectuaba (cuando no se podía "ganar") entre diversos tipos de ganado en función de las necesidades materiales que cada raza podía cubrir… y, a la inversa de lo que hoy sucede, la provisión de carne era desde luego la menos importante económicamente, según hemos detallado atrás, en De Ferias y Fiestas, aunque la muerte del ganado fuese la ceremonia religiosa más importante. Allí se comentaba que la muerte de un animal únicamente se realizaba como sacrificio ('sacrum-facio', hecho sagrado), un rito del cual sólo se conserva el nombre en estos tiempos de mataderos industriales, como reliquia de los ancestrales trueques con los dioses alrededor del altar. Hasta no hace mucho, las matanzas que proporcionaban los chorizos de la abuela para toda la familia y para todo el año siempre se efectuaban en las fiestas de cada lugar, que a su vez habían tenido su origen en las antiguas ferias anuales (feria es sinónimo de fiesta).

(Sobre estas líneas, Avemaría en el lago, de Giovanni Segantini; debajo, Suovetaurilia romana, sacrificio de un cerdo, 'sus', una oveja, 'ovis', y un toro, 'taurus')

 «Las tribus pastoriles —dice Adolf Bastian—, viéndose obligadas en ocasiones a vender sus ganados a extranjeros que podrían tratar los huesos irrespetuosamente, procuran evitar el peligro que tal sacrilegio significaría consagrando una de sus cabezas como objeto de culto, comiéndola sacramentalmente en el círculo familiar a puerta cerrada y después tratando los huesos con todo el respeto ceremonioso que propiamente hablando debería acordarse a cada cabeza de ganado, y que siendo debidamente mostrado al animal representativo, se considera pagado para todos. Estas comidas en familia se encuentran en varios pueblos, especialmente en los del Cáucaso» (James G. Frazer: La rama dorada)



Cabezales y Capitales
«Los argivos adoraban a la luna como vaca, porque consideraban a la luna nueva cornuda como la fuente de toda agua y por lo tanto del pienso del ganado. Sus tres colores: blanco en la luna nueva, rojo en la luna de la cosecha y negro cuando desaparecía la luna, representaban las tres edades de la diosa Luna: Doncella, Ninfa y Vieja» (Robert Graves: Los mitos griegos)

La omnipresencia del ganado en la vida antes del procesado industrial de petróleo es tal, que existe una palabra para definir nuestro sistema económico, capitalismo, que procede de 'capita', plural de 'caput', cabeza: capital derivó del conjunto formado por el ganado que inmemorialmente había constituido la riqueza de un país y las tierras necesarias para su mantenimiento (el colonialismo es su consecuencia necesaria) antes de que la Revolución Industrial impusiera sus parámetros, el textil y el patrón oro entre ellos.

Alguna vez acabaremos hablando al fin de la moneda, derivado de Monēta, sobrenombre que los romanos daban a la diosa Juno, junto a cuyo templo, en el Capitolio, se instaló una fábrica de moneda donde en -269 se acuñó el primer numerario de la antigua Roma, Juno Moneta, Juno Avisadora (debajo, izquierda), era la advocación de la diosa en aquel lugar.
Pero la moneda no es más que una forma de dinero entre otras muchas (tecnicismos aparte, dinero es cualquier cosa ―cromos, cigarrillos, dólares, oro, trabajo, sexo, dignidad…― que nos acepten a cambio de cualquier cosa ―cromos, cigarrillos, dólares, oro, trabajo, sexo, dignidad…―). De hecho, los romanos nunca utilizaron estos términos ―tampoco podían, dinero es derivado tardío de denario, igual que moneda lo es de Moneta― pues contaban con la pecunia de siempre, derivada de 'pecus', "cabeza de ganado":

«XI … La ley que se estableció contra los desobedientes a los cónsules no pareció menos popular ni menos hecha en beneficio de la muchedumbre contra los poderosos: imponía, pues, por pena de la desobediencia la multa del valor de cinco bueyes y de dos ovejas. Era el valor de una oveja diez óbolos, y ciento el de un buey, corriendo poco entonces el dinero entre los romanos, siendo las ovejas y demás ganado su principal riqueza; por esta causa aun ahora a la hacienda, del nombre de las reses, la llaman pecunio, y en las monedas grababan en lo antiguo un buey, o una oveja, o un cerdo. Ponían también a los hijos nombres de Suilio, Bubulco, Caprario y Porcio; porque a las cabras las llaman capras y porcos a los cerdos» (Plutarco: Vidas paralelas. Publícola)



«Ninsun (derecha, en el Louvre) era una divinidad, con funciones de sacerdotisa del dios sol Shamash, experta en la explicación de sueños. Su nombre puede traducirse por "diosa vaca", ya que bajo esta forma la representaban sus primeros adoradores. Fue la esposa de Lugalbanda, anciano rey de Uruk, según quiere la leyenda» (Federico Lara Peinado: Introducción al Poema de Gilgamesh).



Hemos emprendido este capítulo decididos a abordar de una vez el tema de la invención del dinero, disculpándonos por el número de cuestiones previas que ha habido que puntualizar para hacer comprensible la dificultad de su implantación. Y es que otro asunto a tener presente es la escasa capacidad de abstracción intelectual de la gente pre-alfabetizada o ágrafa, como quieran ustedes llamarlos. Para nosotros, que empezamos a maleducarnos, pero a culturizarnos al fin y al cabo, y a mamar el abecedario desde nuestra más tierna infancia al frío calor de la tele, nos resulta insólito que aquellas buenas gentes considerasen la escritura como signos mágicos destinados a hechizos y conjuras (jeroglifo significa signo sagrado).
La gente cambiaba un buey por tres ovejas y en su cabeza no entraba otra cosa que la imagen carnal de bueyes y ovejas, cabras y gallinas: no como anodinas mercancías, sino como diferenciados dones personales de la Madre-Tierra. Tal situación no empezaría a cambiar hasta la aparición de los metales en el mercado… siglos después de su aparición en el campo de batalla, como todo invento que se precie. Así que al toparse con esos extraños productos crecidos bajo tierra, los metales ―primero el cobre, luego el bronce, más tarde el hierro―, en bruto, en tochos, en lingotes que podían ser atesorados (atesoramiento es como se llama a la acumulación que no produce rentas) o llevados al artesano capaz de transformarlos en algo útil, en utensilios, la gente se vio abocada a una nueva manera de pensar más creativa: ganado por metal, metal por ganado.

Desde luego, ayudaba al cambio de mentalidad la circunstancia de que hasta la Edad Media se creía que los minerales germinaban y engordaban bajo tierra, como los tubérculos, con lo que eran asimilables al proceso de intercambio de productos del mismo tipo (algunos todavía estudiamos de pequeños que la Naturaleza se dividía en tres "reinos", animal, vegetal y mineral). Y lo entorpecía el que el oro y la plata estuviesen prácticamente bajo monopolio estatal, y que el resto de los metales fuesen intercambiados sólo por comerciantes poderosos en grandes transacciones, con lo cual la gente común sólo veía los metales en las armas de los soldados, es decir, con suerte, de lejos. Así pues, la transformación del pensamiento se redujo a ese diez por ciento (máximo) de personas en la cumbre que la Historia ha considerado siempre como "la Humanidad" al referirse al progreso humano.

Y es que primero se cambiaban vacas por hachas, por ejemplo, que son dos elementos con una forma clara y definida, mercancías útiles en sí mismas. Pero a continuación empezó a cambiarse ganado por granalla diversa primero (imagen izquierda), y después, más práctico, por la granalla fundida en semielaborados lingotes. Naturalmente, eran lingotes previamente calibrados estandarizados y homologados ante notario sacerdotal (¡ah, el fisco! padre de todos los inventos), que en principio servían para que fueras con ellos al metalista a encargarle una herramienta unos grilletes o unas pulseras...
...Sin embargo, resultó que al poco tiempo, como casi nadie aprovechaba aquellos lingotes más que para intercambiarlos (porque ya tenían toda la chatarrería que necesiban), iban de mano poderosa en mano poderosa sin que los sucesivos propietarios llegasen a transformarlos en algo útil: había nacido el dinero en efectivo, el dinero creado únicamente para circular; el circulante… un objeto inútil cuyo tamaño iba siendo cada vez menor por cuanto su calidad material iba siendo cada vez mayor; un objeto inútil que podía adquirirte mercancías útiles; un nuevo elemento económico (de 'ôikos', casa, y 'nomo', administrar) cuyo perfil quedaba desdibujado en tu mente y te obligaba a empezar a imaginar el mundo de otra manera: el principio del materialismo: nada es especial ni único, todo es materia lanuda plumífera o cornuda, pesable medible e intercambiable... y desligada de sus raíces hasta entonces sagradas.
Y el proceso fue trabajoso y duro de asimilar hasta el punto de que los lingotes más primitivos, mucho antes de ser simples barras selladas (imagen derecha), tenían forma de res (bien como tosco tronco bovino (imagen centrada algo más abajo), bien en diseños más o menos estilizados de piel de toro): para ayudar a la imaginación a asimilar que realmente "aquello" era una maqueta representativa, un símbolo de algo realmente vivo palpitante y único.
Y, por su solidez y consistencia y sellado de "garantía", a confiar en que aquella cosa siempre podría ser cangeada por algo realmente útil: la propiedad básica de toda moneda que se precie.

Así que lentamente las gentes, a través de esa influyente minoría en cuyas manos veían los trozos del reluciente metal, empezaron a comprender que ese trozo de metal en forma de buey no sólo era intercambiable por un buey real, sino que lo era en cualquier sitio y para cualquier persona que tuviera un buey. Y que tener en casa una pila de bueyecitos de bronce resultaba equivalente a ser propietario de un rebaño que no sólo podía dar, como cualquier manada, leche y lana y cuero, sino también casas, tierras, amigos, esposas, amantes... ¡y que, además, era ordeñable mediante su préstamo y hasta criaba si le tratabas con suficiente interés!!!:
Y en los sueños de esos pocos avispados, la bucólico-pastoril Cornucopia se vio distorsionada en una forma que ellos no supieron interpretar pero en la cual, por irracional motivo, la diosa Fortuna auguraba las mejores previsiones de una "burbujeante" riqueza sin fin (maravillas de la informática cuántica, hemos localizado aquella imagen onírica en la Red, y aquí a la izquierda la tienen ustedes)


Por supuesto, tales innovaciones no supusieron el comienzo del capitalismo, pues unas cuantas golondrinas no hacen un verano, y en aquellas sociedades serviles, en transición acelerada hacia el esclavismo, la inmensa mayoría siguió con el trueque cuando no tenía más remedio; pero el Estado había encontrado un arma formidable de control, o sea de ingresos, y de ahí en adelante siempre que pudo intentó la monetarización y el cambio al "metálico", como se sigue llamando también al papel-moneda.
Eran estas unas iniciativas que no tenían marcha atrás: el nuevo capital metálico no precisaba cabezales y podía crecer hasta el infinito sin ser constreñido por pastos ni epidemias, era ocultable y troceable y cabía en un baul de equipaje si venían mal dadas. Toda una revolución cultural: la cultura nos libera de la naturaleza desde el momento en que podemos cuantificarla, contabilizarla, lo que presupone su objetivación-cosificación... ¿Una revolución cultural?


«Helio puede ver todo lo que sucede en la tierra, pero no es muy buen observador; en una ocasión ni siquiera advirtió el robo de su ganado sagrado por los compañeros de Odiseo. Tiene varios rebaños de ese ganado, cada uno de los cuales se compone de trescientas cincuenta cabezas. Los que están en Sicilia se hallan a cargo de sus hijas Faetusa y Lampecia, pero mantiene su rebaño mejor en la isla española de Eriteya. Rodas es su dominio absoluto» (Robert Graves: Los mitos griegos)



Comercio y Cultura
«Uruk se hallaba organizado políticamente bajo una monarquía militar, aunque socialmente conocía un régimen denominado por algunos especialistas "socialismo teocrático", por ser desde el templo, que guarda tras sus muros toda la producción agropecuaria y artesanal, desde donde se distribuían los productos a las capas de la población» (Federico Lara Peinado: Introducción al Poema de Gilgamesh)


(Izquierda, evolución de la letra más frecuente del abecedario, surgida de la esquematización de la cabeza del buey, Aleph en lengua proto-cananea)


Terminábamos el capítulo anterior alertando acerca de la función del comercio como partera o comadrona del progreso, del mismo modo que en la serie dedicada a las escuelas primitivas, incompleta de momento, y que se iniciaba con los orígenes del Templo, se avisaba del papel de la administración de éste en el nacimiento de la cultura. Hoy añadimos un testimonio que aúna ambos aspectos:

«De unas primeras anotaciones mercantiles, que realizaban los sacerdotes para controlar la economía de los templos sumerios (hallazgo que la Arqueología ha detectado por primera vez en Uruk ya en el cuarto milenio), se llegará por un proceso natural pragmático y de culturización a utilizar la escritura para reflejar las facetas de la vida espiritual y del ingenio, fijándolas en un soporte adecuado (tablillas de barro en nuestro caso)…
Nos han llegado, entre otros textos, listas reales, anales, poemas, himnos, mitos y un gran conjunto de textos épicos, jurídicos, médicos, matemáticos y astronómicos… así como la primera compilación de leyes, hecha en la época de Urukagina, hacia 2355» (Federico Lara Peinado: Introducción al Poema de Gilgamesh).

Si de "unas primeras anotaciones mercantiles" pudo surgir el caudal de la primera literatura escrita (aunque tan rudimentaria como para carecer de tiempos verbales o de una gramática propiamente dicha, según apuntábamos en El Resplandor griego), nos encontramos con que el primer texto épico de la Humanidad, el Relato de Enmerkar y el Señor de Aratta, trata del embaucamiento político a sus respectivos súbditos por parte de estos dos avispados príncipes, para que acepten como una bendición un simple trueque (amañado simulando un conflicto diplomático entre sus respectivos dioses) y acarreen a sus lomos, de puerta a puerta a lo largo de cientos de kilómetros y gratis total, los cargamentos intercambiados (ya hemos visto en los capítulos anteriores cómo los príncipes no podían consentir sospechas acerca de la autosuficiencia de su poder: ellos, ninguno de ellos, necesitaba intercambiar nada pues su providencia divina era capaz de crear o hacer surgir de la tierra cualquier producto). Aunque aquí no podemos extenderemos en ello, el camelo se pregonó de esta terrorífica manera, según expresión de Kramer:
«Enmerkar, señor de Uruk y protegido de Enki, habiendo decidido imponer su soberanía sobre el señor de Aratta, región rica en minerales, le había enviado un mensajero portador del siguiente ultimátum: O él y su pueblo entregaban a Enmerkar piedras preciosas, oro y plata, y luego construían el Abzu, o sea el templo de Enki, o su ciudad quedaría destruida». (Samuel Noah Kramer: La historia empieza en Sumer).







Puede parecer extraño que, como hemos dicho, los príncipes se las apañaran para que "los súbditos acarreasen a sus lomos" las mercancías intercambiadas, pero si nos fijamos en el friso del Estandarte de Ur reproducido sobre estas líneas, observaremos que eso era lo normal, mientras los animales, trotando desahogadamente, es claro que tenían una misión puramente bélica, como se puede contemplar en otros detalles del mismo estandarte en los que tiran de carros de guerra (bajo estas líneas). Estos animales no eran caballos, sino asnos, un animal que fue domesticado muy tardiamente y con fines bélicos, al igual que el caballo (el buey, utilizado mientras tanto, era excesivamente parsimonioso): el asno ―en latín, 'asinus', en referencia a Asia, su equívoca zona de origen― fue domesticado por los egipcios en el año 4000, época en la que ya los caballos, aun montados a pelo, eran el componente esencial de la expansión hacia Occidente de los pueblos ario-hablantes procedentes de las estepas ucranianas, y cuyas lenguas acabarían sustituyendo a todas las de Europa y parte de las de Asia. Y cuando después, hacia el −1800, fue uncido al carro de combate, el caballo revolucionó la guerra en Oriente, la región mediterránea y China, generando un progreso técnico cuya importancia no fue superada, con el tanque y el camión, hasta la Primera Guerra Mundial (hay una estupenda entrada sobre el carro antiguo, del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto a cargo de Gabriel Pampillón):

«Los asnos domésticos proceden del norte de África, pues el asno asiático, denominado onagro ('ónagros' en griego, un compuesto de 'ónos-ágrios', asno-salvaje), si bien fue muy apreciado en la antigüedad como animal de tiro ―tiene una envergadura intermedia entre el asno y el caballo―, nunca pudo ser domesticado, sino sólo domado ―de modo similar al caso del elefante asiático― a causa de su irascible temperamento y su inveterada costumbre de morder a la gente. La manía de morder es compartida con la cebra, otro équido indomable, la cual se diferencia del onagro en este terreno, en que la cebra cuando muerde no suelta bocado, causando más heridas a los cuidadores de los zoológicos que los propios tigres».  (Jared Diamond: Armas, gérmenes y acero)



Pero una vez por fin iniciado el intercambio de productos entre los seres humanos, se apreció que la operación primaria del trueque producía innumerables problemas, especialmente por la dificultad de conseguir que los dos objetos intercambiados tuvieran igual valor a los ojos de ambos interesados: comparar tiene la misma raíz ―'com-parare', disponer, de o con―, y es hermano por lo tanto, de comprar… pero ya hace un rato que se nos ha agotado el tiempo razonable de lectura, así que lo dejaremos por hoy.

Fin de la cuarta parte que deseamos les haya sido interesante.


«Moisés y el sacerdote Eleazar hicieron como Jehovah había mandado a Moisés. El botín que quedaba de lo que tomó la gente del ejército era de 675.000 ovejas, 33 de 72.000 cabezas de ganado vacuno y de 61.000 asnos. En cuanto a las personas, las mujeres que no habían tenido relaciones sexuales con varón fueron en total 32.000.
La mitad correspondiente a los que habían salido a la guerra fue de 337.500 ovejas (de las cuales el tributo para Jehovah fue de 675), de 36.000 cabezas de ganado vacuno (de las cuales el tributo para Jehovah fue de 72), de 30.500 asnos (de los cuales el tributo para Jehovah fue de 61), y de 16.000 personas (de las cuales el tributo para Jehovah fue de 32)…» (Antiguo Testamento: Números, 31-31)


Sed buenos si podéis...
……………………. Pero seremos mejores si no olvidamos que «La ignorancia es el infierno» (Amalric de Bène)


1 comentario:

Esther dijo...

Espléndido tu blog!!! Es un placer encontrar un sitio como el tuyo: bien documentado, exhaustivo, ameno y con un punto de vista abierto.
Gran trabajo!!!
Se nota donde hay conocimiento.
Felicidades por el valor y el buen hacer de acometer una tarea como la que has abordado.
Espero poder leer mucho más de tu pluma.

Un saludo, EstherLPolonio

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Esta aventura es una exploración de las venas vivas que parten del pasado y siguen regando para bien y para mal el cuerpo presente de esta sociedad occidental... además de una actividad de egoísmo constructivo: la mejor manera de aprender es enseñar... porque aprender vigoriza el cerebro... y porque ambas cosas ayudan a mantenerse en pie y recto. Todo es interesante. La vida, además de una tómbola, es una red que todo lo conecta. Cualquier nudo de la malla ayuda a comprender todo el conjunto. Desde luego, no pretende ser un archivo exhaustivo de cada tema, sólo de aquellos de sus aspectos más relevantes por su influencia en que seamos como somos y no de otra manera entre las infinitas posibles. (En un comentario al blog "Mujeres de Roma" expresé la satisfacción de encontrar, casi por azar, un rincón donde se respiraba el oxígeno del interés por nuestros antecedentes. Dedico este blog a todos sus participantes en general y a Isabel Barceló en particular).